ADOLESCENTE
Fue un viernes por la tarde. Acababa de salir del colegio, después de una larga y aburrida clase de matemáticas. Fui a la sexta avenida. Al pasar frente a un almacén la vi a ell, al lado del mostrador, con unos ojos claros dormidos, su pelo liso y rubio. Me puse nervioso. Me entró una prisa loca y casi sin darme cuenta llegué al Parque Central. De mi mente no se podía borrar aquella imagen encantadora.
Al día siguiente, al no salir del colegio, me encaminé nuevamente hacia la sexta avenida. A toda costa tenía que volver a ver a aquella muchacha encantadora. El corazón me palpitaba pesadamente. Al pasar frente al almacén "El León", la volvía a ver. No sé que me sucedio en aquel momento: automáticamente continué caminando con rapidez nerviosa como si alguien me persiguiera.
Muchos otros días sucedió lo mismo. Antes de llegar al almacén de mis sueños, siempre hacía el mismo propósito: "Hoy pasaré despacio y la contemplaré con calma". Otos días pensaba: "Con disimulo voy a entrar al almacén para preguntar por el precio de una corbaya; así podré verla a mi gusto".
No me explico por qué se repetía la historia de siempre; cuando ya estaba frente al almacén, el maldito nerviosismo me empujaba hacia delante; me cogía una prisa sin sentido y, cuando me daba cuenta, ya había pasado de largo. "Es mi excesiva timidez", me consolaba yo mismo. Alguna vez intenté regresar, pero temía que ella se riera de mi.
Los días en que pasé frente al almacén, en mi tonta prisa, apenas me daba tiempo de dar un furtiva mirada. Ella siempre estaba en el mismo lugar, como esperando que yo pasara. Unos días la veía con vestido azul, otros, con uno rosado a cuadros, otros con un celeste claro. Cuando ya me había alejado, pensaba para mí: "Es la mujer de mis sueños; si pudiera hablarle... Creo que nos entenderíamos al instante. El corazón no se equivoca".
Una tarde, antes de salir del colegio, le conté mi pena a mi amigo Mario, que también tiene 17 años como yo.
"No seas ridículo -me dijo. Yo te acompañaré y entraremos juntos a ver a tu princesa; ya te diré si es la maravilla del mundo, como tú dices".
Yo iba más nervioso que nunca. Me había puesto una camisa amarilla con cuello de tortuga; llevaba unas botas de tacón alto y un pantalón vaquero azul claro. Cuando mi mamá me vio arreglándome, me dijo: "Hijo, pareces una señorita; ya llevas quince minutos delante del espejo".
Tres cuadras antes de llegar a nuestra meta, Mario quiso levantarme el ánimo: "Fúmate este cigarrillo; te pondrá en onda. Ánimo, mano. Calmado". Me lo fumé con precipitación. "Calmado, mano, calmado. Yo hablaré; no tengas miedo".
Llegamos. De un vistazo me dí cuenta de que ella estaba en el mismo lugar de siempre, junto al mostrador. "Está alllí". "Entonces ni hablar; entremos".
Admirado de mi soltura me acerqué con desición al mostrador. "Señorita..." y me quedé clavado en el suelo con mirada de tonto. Mario casi reventaba de la risa. La princesa de mis sueños, que siempre estaba en el mismo lugar del almacén, con sus ojos soñadores, su pelo rubio, liso y con vestido cada día, era un maniquí.
Hugo Estrada
COMENTARIO
Este cuento me ha gustado mucho. Lo leí por primera vez cuando cursaba segundo básico. Lo tengo guardado desde esa fecha con otros cuentos guatemaltecos. Me gusta porque la temática es diferente a la de otras obras guatemaltecas, que suelen ser tristes, oscuras, nostálgicas, etc.
Este cuento me parece muy chistoso y lo asocio con la frase; "Demasiado bueno para ser verdad". Me parece que la situación que describe el autor nos ha pasado a muchos, en alguna ocasión. Cundo creemos en algo o en alguien que parece ser extraordinario, y después de un tiempo resulta no ser cierto. Aunque no siempre resulta chistoso como la historia de este adolescente.
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